sábado, 1 de agosto de 2009

Cuento de una noche de verano

Estaba yo, joven e insensato jugando por mi barrio era una noche cálida de agosto.
Corríamos todos los chavales de nuestra edad tras un balón presumiblemente jugando al fútbol, cuando nuestras madres nos llamaron para ir a dormir a la casa yo me quedé buscando mi pelota con la cual jugábamos todos los días pues un chiquillo del barrio le había dado una patada y la había perdido.
Acompañado por mi amigo Nacho y mi hermano Pedro buscamos y buscamos y al final la encontramos, el lugar no era para pasar un rato sin sentir un escalofrío en la espalda pensando que hay personas peores que los malos de la series de la televisión. Efectiva mente un grupo de cinco o seis personas mayores que nosotros nos rodearon, sudaban mis manos, un escalofrío me recorrió la espalda entonces uno del grupo rompió el hielo:

- Me gusta tu balón, ¿me lo das?- yo ante la pregunta un poco avergonzado y con bastante más de miedo respondí con un soplo de voz:
- No, es mía...- Una caricia un poco más brusca de la cuenta dio en mi cara. Como chico inmaduro que era no tuve más remedio que llorar (pues no estaban mis padres y mi hermano y mi amigo estaban tan pálidos como yo.) En esto que para demostrar su valía ante unos críos estos chavalotes decidieron pasar a cosas más serías, pero entonces en un acto de valentía (o de cobardía) mi hermano y Nacho se enfrentaron a estos matones, con un par de patadas en la espinillas, unos cuantos mordiscos y algún que otro golpe bajo se zafaron de ellos y corrimos como alma que lleva el diablo a nuestras casas.

Cuando llegué a mi casa mi padre me regañó, mi madre me acosó a preguntas, pero mi mente estaba ocupada asumiendo una verdad bastante importante que tenía un hermano y un amigo que no los podría cambiar por un balón.

Cien conocidos son amigos
Un amigo de toda la vida a fondo te ha conocido

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